Venecia. Ese
era nuestro destino. Juan tenía una reunión de trabajo allí y pensó que sería
buena idea que le acompañara. Yo estaba
como loca con la idea, siempre habría querido ir y por fin lo conseguiría.
El primer
día estuvimos pateando por las callejuelas, cruzando canales y visitando
plazas. Comimos en una pequeña terraza del Campo Santa María Formosa. Por la
tarde, caminando hacia el Ponti di Rialto, al dar la vuelta a una esquina, vi
los stilettos más espectaculares que había visto en mi vida. Eran de Gucci, con
un estampado animal print y una tira que cruzaba el empeine.
Juan sólo me
dijo:
- - No
son zapatos, son LOS STILETTOS.
Al día
siguiente era la reunión a la Juan tenía que asistir obligatoriamente, así que
yo pasaría el día sola. No pensaba, por nada del mundo, quedarme en el hotel a
esperar su llegada. Visité todo lo que
pude de Venecia y subí al campanario de San Marcos, desde donde la vista es
impresionante.
Había
quedado con Juan en el hotel a las ocho
de la tarde, para cambiarnos de ropa e ir a cenar. Al llegar a la habitación,
vi que él no estaba, pero encima de la cama había una caja de zapatos. La abrí
y no lo podía creer. Eran los stilettos que habíamos visto el día anterior. Me
quedé helada, eran para mí. Junto a ellos había una nota que decía: “Espero que sean de tu número. Lo nuestro ha
terminado”.
Fue un viaje
inolvidable.