Hace diez
días me enamoré de unos stilettos negros,
de charol en la puntera y unas tiras ajustadas al tobillo. Una
preciosidad. Ya he dicho alguna vez que no soy de tacones, no los uso
normalmente, pero es que estos son una maravilla y me decidí a comprarlos.
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Tengo
que intentarlo, tengo que saber andar con tacones – pensé, cuando los pagaba.
La verdad es
que me alargan la pierna y me estilizan la figura. Vamos, que me encontraba yo irresistible.
Decidí
estrenarlos el sábado, había quedado para ir a cenar con unos amigos. Iba yo tan mona, con mis tacones y
mis pantalones de pitillo. Para controlar los tacones ni siquiera bebí una gota
de alcohol. Todo el tiempo con mucho cuidado, porque es difícil andar con estos
zapatos.
Bueno, pues
tuve la mala suerte de pisar una baldosa de esas que se mueven, que cuando
llueve la pisas, y el agua que salpica te llega hasta las rodillas (por lo
menos a mí me pasa siempre). Al pisar la baldosa móvil, me caí del tacón, sí,
sí, me caí, porque de estos tacones te caes. Total que llevo desde el domingo
sin poder andar, espero que en un par de días más y con una venda pueda
volver trabajar.
Ahora miro
los stilettos asesinos y no sé qué hacer
con ellos, si devolverlos (no creo que la tienda los admita), guardarlos para
siempre o intentarlo de nuevo cuando el pie se recupere.
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